Una Combinación Perfecta
Por: Samuel Dodero
Comprimidos. Encogidos. Apretados. Doblados. Estresados por la temeridad de los típicos cobradores de las combis. Millones de peruanos resignados se trepan a ellas cada mañana. Se llega a embutir hasta veinticinco sufridos pasajeros en cada viaje.
Comprimidos. Encogidos. Apretados. Doblados. Estresados por la temeridad de los típicos cobradores de las combis. Millones de peruanos resignados se trepan a ellas cada mañana. Se llega a embutir hasta veinticinco sufridos pasajeros en cada viaje.
Tan estrecho es el espacio que sus piernas se
entrecruzan, sus muslos se frotan, lo mismo que sus nalgas, sus olores y
humores más íntimos. Para viajar dentro de este armazón de lata con llantas,
hay que convertirse en un hombre de goma y regresar a nuestra posición fetal.
Las combis deben ingresar al Libro Guiness de los
Récords: sus desalmados choferes han logrado que en estas latas motorizadas de
cuatro metros y medio de largo, un metro sesenta centímetros de ancho y uno
cuarenta de alto puedan viajar hasta veinticinco personas, entre sentados,
parados, doblados y otros casi volando.
La combi es el virus de una enfermedad que recorre
y contamina casi todas las arterias de Lima y provincias. El mal se desató
aproximadamente hace veinte años, se propagó por el país a cien por hora y los
peruanos conviven ahora con él.
David Fuentes Rojas, cuenta su historia aclarando
que “la vida siempre fue difícil para mí”. “Desde pequeño sufrí muchas
penurias. Incontables hambrunas que padecimos con mis hermanos. Nuestra casita
en un asentamiento humano no nos protegía del viento que soplaba fuertemente,
haciéndonos temblar de frío bajo nuestras prendas ajadas”.
Contar su historia y la de sus hermanos sería como
narrar la historia de La Iliada o la Odisea. Su familia era muy pobre, así que
se vio obligado a trabajar desde muy pequeño. Sus dos hermanos (José y Ana) ya
podían trabajar en diversos oficios que él por su edad no podía desempeñar.
Tenía 12 años cuando se decidió por ser cobrador de combi.
Comenzó en la empresa S.T.U. Atahualpa, esa cuyos
vehículos tienen líneas azules y verdes. La primera vez que desempeñó dicha
ocupación, fue en la madrugada. Roger (28) era su compañero de trabajo,
conductor del “Ferrari” como David lo llamaba. El chofer era capaz de convertir
un simple vehículo “combi” en uno de fórmula 1.
Rápidamente aprendió el vocabulario que sus demás
colegas ponían en práctica. Aún recuerda ese lenguaje tan pobre pero a la vez
tan creativo.
ü - Sopa: carro lleno con personas paradas.
ü - Planchao:
asientos llenos.
ü - Una china: 50
céntimos.
- Un ferrito: 10
céntimos.
ü - Plomo: persona
con trayecto largo (no sale a cuenta, o sea los universitarios).
ü - Chanton: colega
que va despacio en busca de pasajeros.
ü - Asencillame o
sencilleame: pagar con sencillo o cambiar billetes.
ü - Sajiro o
chiquita: corte de camino o vuelta de ruta incompleta.
ü - Pisa Pisa: para
que el chofer acelere.
ü - Habla vas: si es
que alguien va a subir a tomar la combi.
ü - Correteo o
perreo: una combi detrás de otro haciendo carrera.
ü - Apeguense: que
se junten un poquito para dejar más espacio
ü - Pampa: camino
despejado, sin otros carros hace varios minutos.
ü - Saco la huaracha
o huarachear: le bajo un sencillo al datero para que no informe de su
presencia.
- Tombo: un
policía cercano.
ü
- Fichas: monedas.
Y así poco a
poco fue haciéndose uno de los mejores en su cargo. Roger siempre trabajar con
él, y es que siempre le indicaba el momento preciso para apresurar la marcha o
para emprenderla con toda la tranquilidad.
“Nuestra marcha
era interrumpida por los policías; nuestro botín era recoger pasajeros, más que
las otras tantas empresas que nos hacían la vil competencia. Cada día era una
lucha encarnizada. La primera batalla que yo libraba, era la de levantarme a
tiempo. La fría y húmeda mañana me obligaban a permanecer en un agujero negro
cálido, que no era otra cosa que mi cama”, cuenta David.
Cuantas veces
hundió la cabeza entre las sábanas, topándose con otras cabezas, tratando de
alargar los segundos que le separaban de la hora de la partida. La segunda
contienda, ya en las pistas, era contra las otras tantas combis que también
circulaban. Y la última batalla, la batalla, era contra los policías, los
hombres uniformados que no nos dejaban laborar a nuestras anchas.
Un día, al
volver a su casa después de trabajar, su madre le dijo que el mayor de sus
hermanos estaba muy enfermo. El pobre se retorcía de dolor en su cama. Le
habían aparecido bubones a lo largo del cuello, así como ronchas en la cara y
brazos. Todos estábamos muy preocupados. “Es la enfermedad, la misma que se
llevó a Manuelito” dijo su padre.
“Yo no iba a
permitir que las mismas bacterias se lleven a la tumba a otro familiar mío. Al
día siguiente me esforcé como un loco descarriado para obtener más plata de lo
normal. Le exigí al máximo a Roger. Dentro de mí decía él es como un caballo al
que hay que arrear y espolear para exigirle más velocidad y tirar de las
riendas para frenar”. David nunca había laborado con tanta intensidad
Entre sube baja…
baja… dale, vamos…de frente derecha todo derecha sigue nomás…quédate ahí, sube…
baja en la esquina rápido vamos…. Tingo maría todo Bolivia cercado de lima, Tacna,
no pasa nada vamos… no pasa nada hasta la otra esquina pisa nomá….mete la
cabeza un policía -mierda- ya fue se quedó atrás… todo Bolivia Tacna… ya
vamos…pasajes, con sencillo por favor, pasajes…. No, el medio está ochenta… ¿a
dónde va? Un sol veinte…ah policía despacio nomás, ya pisa ahí, espera pera,
sube la señora…vamos….cómo va…dos cinco uno, se va con 3 el rojo, 5 – 5,
planchado…vamos bien…íbamos bien, nunca mi canguro se había llenado más de lo
normal, así lo indicaba su peso y el chistar de la monedas.
De pronto, y
menos mal fue cuando no había pasajeros, unos cuantos solamente, por seguir con
el paso acelerado hicieron desviar a un pequeño vehículo blanco con rojo de su
ruta, estrellándose contra otro carro por esquivarlos.
No paramos,
seguimos de largo. “Así es la vida” pensó, “una desgracia por otra”.
Iba entre medio
contento y medio preocupado todo el camino de regreso a su casa. La cantidad
que llevaba era mucha más de lo que acostumbraba a llevar, el triple
aproximadamente. Aun así no serviría de mucho, pero entre todos sumarían una
cantidad considerable.
Así fue cómo
David se acostumbró a este tipo de vida. Él se sentía en su espacio. En su
territorio. En su lugar o como él lo prefiere decir, es su “hábitat”. Ahora es
chofer, pero en oportunidades se cuelga de la puerta de su combi para volver a
gastar su voz y gritar los paraderos más conocidos en su ruta.
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