EL NEGOCIO DE LOS MENDIGOS
Por Victor Cervantes
Cuando la solidaridad
es más grande que el egoísmo. Colaboramos con un grupo de estafadores que sólo
piensan en obtener dinero fácil inventándose tragedias.
El
mundo está abarrotado de toda clase de gente, de listos y sonsos. Los primeros
se aprovechan de los segundos, del buen corazón y de los sentimientos. Son tan
buenos inventando cosas que pueden lograr convencer a todo mundo con sus
trágicas historias. Estos son los falsos mendigos.
Son
miles de personas las que se ubican en las principales calles, estiran sus
brazos hacia los transeúntes y les muestran sombreros, recetas médicas, plato,
entre otros objetos que usan para conmoverlos.
La
mendicidad es una realidad con la que nos topamos a diario. Sentado en una
acera, vemos a alguien que parece necesitar ayuda y por compasión le damos una
moneda. Vemos su humilde condición y pensamos que, probablemente, la calle es
su hogar y que los niños que los acompañan no han comido.
Así
como nosotros los observamos, ellos también lo hacen con nosotros. Por ello
saben que los puentes de la Vía Expresa en San Isidro o el popular jirón de La
Unión son sus plazas fuertes, y si ambas están sobresaturadas de mendigos, una
avenida o un bus, siempre serán la mejor opción.
¿De verdad necesitan?
Es
cierto que ellos necesitan. Todos necesitamos, por ello es que usted sale deja
la comodidad de su hogar y sale a trabajar.
Cada
mañana empieza una jornada laboral en la que trabaja ocho horas para conseguir,
en la mayoría de casos, un sueldo mínimo, pero estas personas, sin que usted le
importe, quiere su dinero.
Tienen
brazos y piernas en buenas condiciones. No llegan ni a los 40 años, pero
prefieren tenderse en el suelo y esperar que el higo les caiga en la boca.
“Pueden trabajar. Se
basan a la buena fe de las personas e intentan que el pueblo los mantenga. Si
aguantan más de doce horas al borde de la pista, si son capaces de trabajar”, aseguró Javier Flores, sicólogo de
la Policía Nacional.
Claro,
muchos seguramente dirán que es preferible que estén estafando de esa manera,
antes de asaltar en las calles, aunque viene a ser lo mismo, con la diferencia
que, en estos casos, las víctimas se
dejan robar a voluntad.
Por
otra parte, están los que sí necesitan. Apoyados en alguna silla de ruedas o
con muletas, algunos indigentes tratan de ganarse la vida vendiendo caramelos o
alguna otra cosa, pero ante la existencia de tantos como ellos, las personas
les niegan hasta la más ínfima moneda.
Es
injusto. Los que de verdad necesitan son algunos de los perjudicados. Los niños
son los que también sufren por la flojera de los adultos.
Dos
mil niños son usados por sus padres o algún apoderado para que finjan que
sufren alguna grave enfermedad, los acompañen a los buses, o, simplemente, vendan
caramelos, mientras ellos los observan con ojos de codicia.
En
el frío y calor, estos niños deben trabajar sin ningún horario ni protección.
Algunos no conocen ni la escuela. El dinero que obtienen no es suyo, ya que
acabada la larga jornada diaria deben de rendir cuentas a sus padres
desprendiéndose de las monedas que tanto les costó ganar.
Fui uno más
Era
necesario saber cuánto ganan los falsos mendigos para sorprenderme con la
magnitud del problema. Por ello, tuve que convertirme en uno de ellos y abordar
a todos los pasajeros de los buses que subí.
Con
el corazón en la garganta, los nervios de punta y muy avergonzado, abordé tres
unidades de transporte público en quince minutos. Con la radiografía de tórax
de la madre con una clavícula rota que no tengo y vestido con algunas prendas
viejas, me aventuré dejando de lado el miedo al ridículo.
Sabía
que tratar a los adultos como si fueran mis padres funcionaría. Cada pasajero
me veía como el hijo o el hermanos menor desesperado por conseguir dinero para
mantener a sus hermanitos y continuar con sus estudios, ya que , supuestamente,
vivía sin padre y lejos de mi familia materna en un asentamiento humano en
Villa el Salvador.
Si
mis lágrimas no resbalaron por mis mejillas fue porque estaba consiente que
mentía a todas esas personas que dejaron de tararear la canción que sonaba por
todo el bus o detenían alguna conversación hasta que yo haya terminado.
La
placa fue de mucha ayuda. Las personas se concentraron en ella mientras yo les
aseguraba que era la primera vez que subía a un bus a pedir colaboración, y si
lo hacía era porque necesitaba urgente. Pero mentí. Ese ya era mi tercer bus.
Poco
a poco me di cuenta de que era muy fácil conseguir dinero, que empecé a
asimilarlo sin dificultad. Al final de mi corta jornada de quince minutos
obtuve 18 soles que demostraron el gran negocio que es ser mendigo.
Si
nos basamos en lo que conseguí en 15 minutos, al mes hubiese obtenido 6336
soles, en jornadas de 4 horas diarias, 22 días al mes, respetando el fin de
semana para descansar. Y claro, luego hay que cambiar de historia. Definitivamente,
un mendigo gana más que un médico del Minsa.
Ya
lo sabe
Si
quiere ayudar a algún indigente, fíjese bien de quién se trata. Observe que no
le de su dinero a los lobos disfrazados de corderos que podrían dejarlo
trasquilados. Lamentablemente, hay miles de personas que realmente necesitan de
nuestra solidaridad, pero por los otros, justos pagan por pecadores.
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